Por Jorge Colón Ortiz
Por allá donde están los huelguistas, darles comida es motivo de arresto. Lo extraño es que en mi clase de Derecho Penal al profesor se le olvidó esa lección, por lo que he ponderado llamarlo para que me pida excusas.
Así lo decidí, porque los policías, quienes ordinariamente usan sus macanas como mito de la razón, ahora con igual firmeza sacan de sus bolsillos la orden que emitió un juez del Tribunal de San Juan para decirle a los que traen comida, que si pasan grano alguno de arroz a través de la verja de la UPR, serán arrestados. Creo que ver ese papel es peor que caer al suelo arremetido a macanazos.
La decisión del Tribunal me trajo a la mente la pintura Caridad Romana de Peter Paul Rubens. Ese cuadro de una mujer que amamanta a su padre condenado a morir de inanición, me advierte que la sentencia de ese juez era una un tanto más común para el siglo 15, cuando Rubens realizó esta pintura.
¿Qué pasaría si a alguna madre curiosa le da con llevar un caldero de arroz frente a la verja del lado de los legales y le dice a su hijo “echa pa’ca, pégate a la verja y abre la boca”, y enseguida saca un cucharón y lo empieza a alimentar entre la línea que divide el adentro y el afuera? Algo así como si se trata de una versión moderna del cuadro de Rubens. De darse el caso, tendría que ir al Tribunal de San Juan para preguntarle al juez.
Pero además de mis confusiones legales, tengo un debate moral. Les cuento que mientras mi madre supervisaba mi existencia, si a mí se me ocurría decirle a un amigo que en casa no había comida para él, de inmediato “doña Carmen” abría los ojos en desproporción a su cara y me mandaba a entrar a algún cuarto de la casa para poderme decir los males que padecería por ser un mal educado. Así me crié allá en Ponce, aún cuando la comida en la casa estuviera contada.
Por todas estas razones, confieso estar un tanto desorbitado. La comida se le puede negar a cualquiera, y el que la ofrezca puede ser penalizado con cárcel, eso es un hecho según el pliego de la razón policial y judicial. Pero si es así, entonces tendría que reprocharle a “doña Carmen” a la vez que lo hago a aquel profesor, por lo que me veré obligado a revaluar tanto mi concepción de los valores como de la justicia.
Concluí que la verdad es que las cosas cambian. Ahora el hambre no es sinónimo de necesidad, sino de prohibición. Vivir esmaya’o será el reto de los huelguistas, a menos que a alguna madre curiosa se le ocurra ponerlos a todos en fila frente a la verja, les pida que abran sus bocas y comience a darles comida a través de la línea invisible entre lo legal y lo ilegal. Y así tendríamos nuestra versión criolla y moderna de la Caridad Romana.
* El autor es estudiante graduando de la Escuela de Derecho, periodista y escribe un blog para El Nuevo Día.
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